“Recen por mí”. Así suele despedirse el Papa Francisco desde el comienzo de su ministerio. Así hacía también antes, cuando era arzobispo de Buenos Aires. Y nos dice por qué: “Lo necesito. Yo necesito que me sostenga la oración del pueblo. Es una necesidad interior, tengo que estar sostenido por la oración del pueblo”.
San Pablo escribe a su discípulo Timoteo: “El Señor estuvo a mi lado, dándome fuerzas para que el mensaje fuera proclamado por mi intermedio y llegara al oído de todos los paganos”. Nos puede costar trabajo imaginar a San Pablo pidiendo al Señor fuerzas para su misión evangelizadora, y a las comunidades que él fundara rezando también por él y su ministerio, como hoy nos lo pide el Papa.
Esta petición de oración nos mueve a rezar por él, porque sabemos que interceder unos por otros es una invitación que Jesús nos hace. Y rezamos con él porque buscamos contribuir a través de nuestra oración en la construcción para que el Señor nos fortalezca a todos y seamos una Iglesia que dé testimonio del amor y del servicio, una Iglesia que se sabe fortalecida en su confianza en Dios, es decir, en su oración.